Amarillo y hielo
Ya es muy tarde para salir por algo a la cigarrería "café de fe", siempre he sabido que no entro en los tiempos, recuerdo siempre tomar veinte o treinta minutos de más para alguna actividad de quince, en una hora deberé tomar un bus para Chapinero, deberé andar por otoñales andenes construidos en odio del caminante, estoy lista desde hace tiempo, no logré soñar, el uniforme azul profundo, está doblado en la maleta, ya no me recuerda a nada, algunos billetes de a dos mil para gastos menores, y marcados vestigios de la alergia, los cuadros de papel higiénico que se quedaron, que siempre que los veo pienso en limpiarla, al final me distraigo con algo demás y lo dejo detrás de mi horario, horario que ya han sido dos meses, no ha cambiado la maleta, tampoco el mundo, y menos yo.
Me gusta tomar tiempo en las caminatas, me pierdo con los parques y el cielo detrás del árbol, siento que cantan, una flauta profunda casi ni se escucha, cuenta una historia desordenada y me calma no entenderla, termina cuando el letrero amarillo y llantas negras apisonantes se acercan.
Aún tengo el pesor en las pestañas, y se que lo tendré horas, a veces dejan las puertas mecánica abiertas y el viento me enfría la frente, pienso que voy sobre un dragón oriental, ¿llegué?
Ojalá haberme quedado esa mañana siempre congelada piedra, había llegado a la propiedad de la señora Sila, mi empleadora, una mujer mayor, en sus cincuentas y viuda, muchas semanas no la veía, viajaba bastante, al cabo tenía la pensión de su difunto esposo.
siempre que llegaba, el Collie vecino me alarmaba con una persecución de ladridos, ¿Era yo el problema?, cuando me disponía a abrír la puerta las copias que me había dado la señora, siempre se trababan, no tenía derecho a quejarme, nunca se lo dije, lo olvidaba hasta la siguiente mañana y su martillante estrés.
Las cortinas siempre estaban corridas, y el bifé era lo primero que se veía al entrar, porcelanas y fotos amarilladas con el tiempo, de Generales, familiares que siempre supuse fallecidos, subía a la habitación de empleados y me cambiaba, por las siguientes seis horas me disponía a barrer, trapear, limpiar el mobiliario, planchar y doblar la ropa.
Antes de regresar compraba una aromática saliendo del barrio, el transporte siempre estaba lleno a esa hora, colgada como una hoja, cerraba los ojos y jugaba a llenar las paredes blancas de la casa como si yo viviece allí, o como si tuviera la oportunidad de tener algo similar en el departamento al que llegaba, paredes amarillas y expuestos detras de la pintura caída, craquelada, me mojaba el rostro y me caía en la cama sin cepillarme, muchas veces no tenía la energía para levantarme, pero los ojos no tenían cansancio, no podia consiliar sueño aunque toda la tarde haya estado adormilada, me quedaba horas arropada sin lograrlo, hasta que solo me quedarán cinco o tres horas de sueño donde sucumbia.
Por la mañana tiraba la ropa del ayer a la lavadora, y me repetía seis tardes de la semana.
Ese día decidí no ducharme, igualmente estaría sola y me ensuciaria limpiando la grasa de la estufa, salí un rato a la terraza y dejé que el humo mental se evaporara de mi boca, el ardor que me producía en la garganta me recordaba que estaba viviendo, al menos ese rato, hace mucho no me acuesto en el pasto pensé, lástima, el cielo hoy es gris, las nubes están consumidas, parecen quemadas, como si alguien no las quisiese para nadie, entonces las pícara y prendiera, sentí un nudo pero no más alla de eso.
Había visto morir el día desde el rayo naranjo que se colaba entre la cortina y la pared de la cocina, ya eran las ocho PM, había sentido más ansiedad desde que había cerrado la puerta, cruce el puente, sentí las luces rojas y blancas correr por debajo de mi, las mire por la periferia, sentí más frío, más viento que me asaltaba, decidí pedír un auto, no sentí la presencia del conductor después que me preguntara a dónde, regrese a mi sala y miré el gotelé del techo y no pude quitarme los zapatos, simplemente desapareci en la esquina del colchón, por la mañana segui pensando en esa inseguridad sin razón que ha ido creciendo en mi, salí aún más temprano de casa para hablarme, el sol había crecido, su figura blanca no me dejaba ver al frente sin tener que entrecerrar la mirada, caminé sobre la espalda de un camélido, pasos largos y bobos, me senté en un banco bajo las casas, y me odie al recordar las veces que hablé, ¿por qué?, ¿Que será de mi, yo joven?, que mi ojos son de veinte y sus reflejos ya han muerto, después de haberle hablado a mi madre fallé, le respondí que he estado bien, cuando le hable a un intento de amiga fallé, no encontré palabras para seguir y la siguiente vez que la vi sudé, y mis manos se mezclaron y salinizaron como una burla, como hoy en esta pirámide blanca en la que me arecuesto, recordando que no tuve el valor de levantar la mano para saludarla y que cuando lo hice no lo vió.
Ya eran las doce, tomé un bus y dormí, gotié, que mi piel brilla azul y amarillo enfermizo de jueves, como el polvo de las carreteras o los logos kitsch de los casinos que veo desde la ventana, golpeándose con sus Marcos contenedores, pensé que un día alguna se rompería de verdad, que lo haría frente a mi, que me despertaría con sus vidrios arrojados.
Esa tarde casi no me conversé, tuve ruido en las manos, en el psíque, fui un autómata de guantes de caucho amarillo, Xavi, escuché de la voz maternal del sexo que me dió esto que experimento.
Una última vez las ocho, noté un hombre saliendo junto a mi, delgado, su rostro fue rojo cuando me atacó a los pies del puente donde la plutónica no me observó más.
Desperté el viernes, ocaso de la semana, la carne era caliente, y la nariz goteaba sangre, no sentí sueño, creí no ir ese día, a las doce me desfigurada en el espejo del baño, cabello que no importa como lo jalara, mojara o enredara, me disgustaba, rostro que no importa como pellizcara, estirara o pintara seguía torturandome, me engañaron para odiar mi nariz, mis labios y mi piel.
Que no era más que una mirla patinaranja en edificaciones de no futuro.
Fue un día verde, un verde clorofílico, caminé hacia la puerta de la calavera Sila, y el Collie vecino que corriendo hacia mi, con sus colmillos, con sus ojos de animal solo encontró patadas y golpes que terminaron con sus chillidos, primera vez que no pare de llorar, como niña lloré, nuncs termine de creerlo, si en mi cabeza era igual de borrosa y ahogada por las lagrimas, no tuve la dignidad de entrar ese día a la casa de la señora, me sentí grande y aún así no encontré control, me cubrí la cara todo el camino al departamento, cuando me derrumbe sentí el polvo y las motas en mis brazos y piernas, me obligaron, me obligaron, me forzó el pozo de mierda donde resido, me obligó el vecino, me obligó la ausencia de todos, me obligó mi cuerpo, la mirla murió enjaulada, y cuando llame por socorro, me recibió la máquina con voz monótona siempre, salí a eso de las siete, toqué la puerta, me abandonó, sabiendo ella aún lo que yo era capaz de hacer, me recibió, ninguna palabra salió de mi boca esta vez, no pudo disculparse, curioso que ya supiera del porqué estabamos mirándonos las dos, me avalance hacia ella y la hoja fileteaba sus antebrazos, en un momento dejó de luchar y solo me consumió más la ira de su poca resistencia, como todas las culturas en algún momento de sus historias, retorné, sacrifique su alma hundiendola en su pecho blanco, maternal, podría beber del rojo que salía, y cayendo sobre ella, estuve dando vueltas veinte minutos, ya no me repeti nunca más, arrastré una silla de madera rojiza como el tabaco a su lado, patrones de nazca y me mire desde afuera, colmillos que no cortaron las pastillas, nos purifique.